La Mercantilización de la salud mental.

Mercantilismo

Dr. Indalecio Fernández Torres.

Médico-Psiquiatra-Psicoanalista.

Miembro Titular de la IPA, FEPAL y Sociedad Psicoanalítica de Caracas.

Miembro invitado de la Asociación Psicoanalítica de Madrid

 

La Mercantilización, la medicalización y la supuesta inmediatez a la respuesta de la sintomatología psicológica, es la prioridad que atrapa al paciente con manifestaciones psicológicas.

Nos encontramos con personas con manifestaciones psicológicas de carácter leve a moderado que no significan más que el tránsito por la vida cotidiana y que buscan resolver a través de una respuesta mágica, que supuestamente aporta el consumir un medicamento u otra alternativa que plantea de resolver en la inmediatez lo que lo aqueja.

Si  la atención privada hay que pagar precios costosos y la  pública es deficitaria y em muchos casos ven al paciente una vez al mes, después de una dilatada espera por su atención, entonces resulta más comprensible la opción farmacológica por su supuesta inmediatez de acción, pero no son sin sus efectos secundarios, un añadido a la queja que lo lleva a consultar, que es banalizado, muchas veces  Se auto médica o toman medicamentos porque al familiar o al vecino le fue útil.  Vivimos en una época en que se valora la supuesta eficacia, basada en la llamada evidencia de la “cura” de la sintomatología.

Hay una relación directa entre la inmediatez que imponen los tiempos y la incapacidad de enfrentarse a situaciones cotidianas normales. La industria farmacéutica presiona desde los años cincuenta para que se administren medicamentos a  situaciones cotidianas.

La masificación de la sanidad pública a la hora de atender psicopatologías,  es otro de los factores a que los especialistas atribuyen el masivo recurso al uso de medicamentos. El sistema público es deficiente. Los servicios de salud mental están saturados. Por sus largas listas de espera, por sus citas de larga data, lo que incide en el paciente en la creencia de que hay que esperar por recibir medicamento y/o una terapia, siendo pertinente o no la queja.

Esto lleva en algunos casos a que exista poca reflexión sobre la atención, por parte del dispensador de salud, que en algunos casos indica medicamentos al paciente para acallar su propia angustia, ante la impotencia de no saber qué hacer.  La aceptación del paciente ante quién debe saber, al ponerse en  sus  manos, sin la invitación a ningún acto reflexivo eterniza el tratamiento y deja en tan sólo la acción de la medicación, el curso de la queja.

Este proceso actual, se sostiene en el llamado comercio de la salud, en el cual las corporaciones farmacéuticas, han pasado a ser una de las actividades con mayor margen de renta del sistema.  Sí bien algunos medicamentos tienen un efecto paliativo, muchos otros no aportan más que un placebo.

Nos han vendido la idea  de que los problemas cotidianos, se deben exclusivamente a un desequilibrio químico y requieren una solución química, no una atención multidisciplinar.

La psiquiatría tradicional o convencional,  que a duras penas ha podido superar la reducida mirada, propia de la descripción fenoménica y biológica, se reconfigura en el marco de las tecnociencias, en convergencia con la industria química-farmacéutica.  Los paradigmas son la Evidencia y la Big Data basada en los psicofármacos.

Se da como un “hecho evidente”, el establecer a las neurociencias como eje fundamental de intervención terapéutica y como el paradigma de salud mental, interdisciplinaria e intersectorial.

En estos años ha aumentado de forma exponencial el consumo de psicofármacos, las interpretaciones biomédicas, al uso identifican este fenómeno con el incremento de casos diagnosticados por la biotecnología.

Pero lo que en realidad es “evidente”, es la dependencia a determinadas bio-políticas, que son los instrumentos de persuasión de la industria farmacéutica.

Se seduce a las instituciones en que la calidad asistencial está tan sólo en el administrar medicamentos o  utilizan y promueven exclusivamente aquellas técnicas psicológicas que pueden avalar sus logros, cualquier otra cosa es brujería. Igualmente se seduce al cuerpo médico con dádivas para convertirlos en adeptos. Los métodos de la industria farmacéutica para construir su hegemonía son muy variados, publicidad, control de la investigación, financiación de congresos, todo esto afecta a actores e instituciones diversas, prescriptores, consumidores, asociaciones médica y otros.

La pregunta es: ¿Cuánto es eficacia biológica y cuánto es marketing, el poder de estos nuevos medicamentos?

Se  homogeneiza la relación paciente-mercancía, se crean modelos globales sobre la subjetividad y los estados de ánimo, algo muy alejados de la clínica del caso por caso. Se anuncia que estamos en el comienzo de una nueva era biotecnológica configurada por la combinación de los modelos informacionales (Big Data) y la biología molecular que va permitir y en cierta medida y lo está permitiendo, tanto la interpretación del código de la vida como su re-codificación y re-elaboración mediante la ingeniería genética.  El ser humano deambula por la vida con un código genético y una dotación de neurotransmisores, en donde las circunstancias parece no hacer mella, ya que dispondremos de los  medios para hacer las modificaciones pertinentes.  Fin muy loable, pero nuestra realidad actual nos indica que no es así, una cosa es que se desee que sea así, pero permanentemente se chocará con las circunstancias de cada quién, lo que plantearía la administración de medicamentos al caso por caso, la dosis necesaria a cada quién, lo que plantearía un medicamento para cada quién, algo costoso para la industria.   Pero en la mercantilización de la medicación, está puesto en estos momentos ese llamado a reconducir la queja del ser humano.

Ante esto hay que tener en cuenta que frente a la imagen del manicomio, como dispositivo de confinamiento y contención de los sujetos afectados por trastornos psicóticos, retraso mental y enfermedades neurodegenerativas, la inserción social más allá de la medicación debe ser la meta, los modelos externalizados constituyen redes de recursos asistenciales, a menudo ambulatorios, que están dirigidos a la población general y no exclusivamente a los afectados por trastornos mentales graves. Ya que no toda queja psicológica es una enfermedad mental.

La sociedad asistencial terapéutica, ha llevado a una  mercantilización de la vida y a la medicalización del malestar lo que es  mercantilizar la salud.  Donde no todo recae en la industria, sino en las aseguradoras y en las instituciones que promueven la atención médica.

La asistencia psicoterapéutica, desde que Freud planteo el abordaje psicológico de la salud mental ha sufrido modificaciones. El Mismo Freud fue haciendo modificaciones al abordaje de los pacientes y luego sus seguidores y los  de otras escuelas que nacieron del psicoanálisis.  Instauro el diván, como una forma más expedita de procurar alivio, pero viendo que razones sustentaban el hacerlo y a que pacientes competía el uso del diván. Hoy por hoy se ha pasado a técnicas de frente a frente, atención por teléfono, por Skype, por WhatsApp, que si bien se aducen razones de comodidad, de facilitación del acercamiento en la distancia, hay que ver que determinantes psicológicos hacen posible este tipo de asistencia y a que pacientes es aplicable. Sí no ahondamos en los determinantes psicológicos del uso de cada uno de estos medios, caeremos en el mercantilismo asistencial.  Las terapias psicológicas eternas o tan breves planteadas por ciertas instituciones o escuelas llevan a la eternización del tratamiento, por lo breve o lo infinito de la atención de que lo aqueja.

Todo esto nos lleva a un llamado de atención en el no caer en en la mercantilización de la salud mental.

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